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by Nicolas Danziger y al., Can we share a pain we never felt? Neuronal correlates of empathy in patients with congenital insensitivity to pain, in Neuron, vol. 61, nº 2, pp. 203-212, 2009

SENTIR EL SUFRIMIENTO FÍSICO DE LOS DEMÁS PASA POR LAS NEURONAS ESPEJO, PERO TAMBIÉN POR LA EVALUACIÓN DE UN DOLOR MORAL

Las neuronas espejo son estrellas de la neurociencia. Fueron invocadas hace una decena de años para explicar la mayoría de los mecanismos de comunicación emocional, de imitación, de empatía o de compasión en el ser humano  y en otros animales. Vehicular un concepto tan simple como seductor: estas neuronas tienen la particularidad de activarse tanto cuando hacemos algo, como cuando vemos a alguien hacerlo. Fácil, pues, explicar así los fenómenos empáticos: si una persona ve a otra llorando o riendo, sus neuronas espejo se activan viendo las distorsiones de la cara de la persona que tiene en frente, y son esas mismas neuronas las que se activan cuando esa persona ríe o llora también. Así pues, siente el hecho de reír o llorar.

Esta teoría, tan seductora, empieza a dar algunos signos de debilidad. Recientemente, el neurocientífico Nicolás Danziger, del Hospital de la Pieté-Salpêtrière, ha realizado unos experimentos  que muestran que realmente también se necesita un intenso trabajo mental de representación y de imaginación de “lo que siente el otro”, que va mucho más allá de un simple mimetismo automático que descansa en las neuronas espejo.

 Tomemos, por ejemplo, la percepción del dolor del otro. Según la teoría fundada en las neuronas espejo, el cerebro reproduce la actividad eléctrica ligada al dolor, si bien que un observador accede a la experiencia de su interlocutor reavivando migajas de experiencias dolorosas del pasado. Si, pero N. Danziger ha mostrado que personas insensibles al dolor (por razones de mutaciones genéticas) logran muy bien evaluar el grado de sufrimiento del otro a partir de expresiones faciales. Y necesariamente lo hacen sin revivir sensaciones dolorosas que hayan sentido, ya que están desprovistas de ellas.

De hecho, Danziger ha mostrado que en las personas insensibles al dolor, la capacidad de evaluar el sufrimiento de otro, está unida a un tanteo/puntuación psicológico de empatía, evaluado en la media de cuestionarios llevados a cabo, por ejemplo, de los sentimientos de piedad o el deseo de ayudar a otro en ciertas situaciones. Esta puntuación de empatía está unida a la actividad de una zona cerebral llamada córtex singular posterior, cuya función es compleja, probablemente a mitad camino entre abstracción y sentimiento emocional. Ante una persona que sufre, quizás este córtex singular posterior “piensa” en lo que significa esa cara, movilizando emociones negativas  de otra naturaleza que el dolor físico, puede  que sean penas morales a las que estas personas son sensibles.

  Para las personas insensibles al dolor, imaginar el dolor de otro requiere, en consecuencia, un trabajo de naturaleza cognitiva, visible en la activación de otra zona cerebral adjudicado a las representaciones abstractas, el córtex prefrontal ventromediano. Este sustrato  de pura abstracción entra en juego cuando mostramos a estas personas, no caras de personas que sufren, sino escenas que evocan dolor (un martillo que golpea un dedo, por ejemplo). Entonces, deben hacer intervenir todo un razonamiento para comprender lo que se debe sentir en tales situaciones. Para adivinar lo que el otro siente, estas personas sin duda ahondan en su experiencia del sufrimiento moral.

 Adivinar lo que siente el otro, es finalmente lo que cada uno de nosotros hace en la vida cotidiana, más bien que reproducir en espejo la experiencia subjetiva del otro. Gracias a esto podemos tomar en cuenta sufrimientos que no hemos vivido nosotros mismos. Aceptar al otro, es quizás intentar comprender lo que vive, sabiendo que nunca sentiremos realmente lo mismo que él.

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